10 mar 2012

Camilo Betancur: el poeta-mago y La mujer agapanto



Camilo Betancur, poeta, periodista, jardinero. Foto: Bibiana Ramírez.
 Por Mauricio Hoyos


 "Nací entre cultivos de café. Entre tormentas que asustaron el temple del abuelo. Entre carreteras que llevaban a ninguna parte y recorrí incansablemente. Crecí mirando el cielo porque me aburría el televisor. Era insuficiente su pantalla para mi soledad alada Amé a mi madre porque fue tierra a mis primeros versos. Extrañé a mi padre porque fue aire a mis manos. Soy el zumbido de un pueblo insostenible en el tiempo. Soy el viento que arrastra el sol hacia la montaña, el silencio y la quietud de los que ya fueron". Camilo Betancur.

Esta semana le di la mano a un poeta. Algunos lectores se asombrarán de que existan poetas y pajareen por Girardota. Los más tal vez nunca hayan visto uno de verdad. Es que son raros los poetas, esquivos, no suelen escuchar la música de moda ni ver futbol, ni aparecer por facebook de vez en cuando con algún poema o una fotografía, salvo raras excepciones. Ser imposible, del que puede decirse como de aquellas particulas elementales: “tiende a existir, más no es posible afirmar su existencia". 

 Camilo Betancur vivió aquí hasta el año pasado y ha vuelto ahora con la intensión de sumarse a un hermoso proyecto literario. 
  
Habla con voz dura y metálica como la de un saxofón. Alto, como si viniera a caballo sobre sus piernas largas. Usa sombrero y gafas, por lo que no pasa desapercibido. Sus peripecias ameritan esta crónica, pero además recientemente mandó a empastar su primer libro: Lamujer agapanto, urdido con fina prosa poética. 

Como anda corto de recursos, si esta breve crónica sirve para que alguien se interese por su libro, yo tendría todavía alguna esperanza en la humanidad. 
 
Camilo Betancur, se llama el poeta, vino a vivir a Girardota hace unos seis años y actualmente vive en la vereda El Cabuyal de Copacabana. Dejó atrás su natal Fredonia, tierra de hombres libres, para clavarse unos años en la Universidad de Antioquia a estudiar periodismo. Hizo trabajos diversos para vivir en una pensión estudiantil, frecuentando bares, círculos literarios y deslumbrando muchachas. Comió sobriamente, a veces el menú era una arepa solitaria en la mañana con aguapanela, un banano al almuerzo y algún tinto por la tarde. 
 
Son muchas las historias que pueden contarse de aquella época, pero como abandonó esa vida podemos saltar ese capítulo de páginas ya desprendidas. 
 
Lo conocí en la universidad hace unos siete años. Un garabato muy largo y despistado garrapateando sus poemas sensuales en cuadernitos sin argollar que todavía conserva, si el fuego no los ha reclamado. Ambos nos echábamos unas siestecitas en los muebles de la biblioteca. Nos hicimos amigos, pues ya nos hermanaba y desvelaba la literatura. Entonces casi no escribía en prosa, ni si quiera hablaba en prosa, aunque su redacción descollaba fácilmente en las áridas aulas de la Facultad de Comunicaciones, nido de lugares comunes. Tenía una escritura loca, audaz, capaz de proezas imprevisibles, que a un buen profesor le recordaba al difunto Luis Tejada. 
 
Hablaba como en verso, siempre tenía algo curioso que decir, no se podía hablar con él sino era como por los tejados del lenguaje, paradójico, patafísico, absurdo, de humor cruel, vivía revolcando la vida, exprimiéndole versos como relámpagos con los que te asaltaba en el momento menos pensado. Tenía raras costumbres, sobre todo era original su manera de enamorar, porque vivía siempre enamorándose”, me contaba uno que fue su amigo en esos años de universidad. 
 
Antes de graduarse y viviendo en Girardota, tomó la ruta del sur tras una mujer que conoció por internet, gracias a su prolija y admirada labor de bloguero (su blog es un viejo experimento literario en la red, con lectores y lectoras de todas partes de la tierra). Recogió el dinero como pudo, se endeudó, les dijo adiós a su hermana y a su madre y agarró camino. Fue a Perú y regresó, recogió dinero nuevamente y se volvió a ir con la intensión de instalarse. Pero regresó, tras un curioso vagabundeo por Argentina, Perú, Ecuador y Colombia. Fue un viaje iniciático, sus ojos relampagueaban de un modo andino, habían comprobado el ondear infinito de los andes, las estepas de Argentina, los misterios incas del Perú. De Argentina pudo salir gracias a los Krishnas, con quienes vivió unos días. Para sobrevivir en Perú escribió cartas de amor. Con el relato de ese gran viaje escribió una novela que hizo pasar por trabajo de grado.



NIÑO: es un humano que se arma
Antes de su viaje había trabajado en el anterior periódico de Girardota, El Balcón, como fundador, donde publicó algunas buenas crónicas. Durante el 2010 y el 2011 trabajó como tallerista literario con niños de 3 a 5 años en la Comuna 13 de Medellín. Niños que convertían hasta un pan en pistola, con los que se conectó maravillosamente, pues no hay ser que entienda mejor los misterios de la poesía que un recién-venido. Prueba de eso un diccionario que hizo con definiciones de los niños que escribía en un cuadernito y ahora está publicado en folletín: “POEMA: es alegar entre nubes”. “ETERNIDAD: es una pantalla para ver muñequitos los domingos”. “SUPER HÉROE: significa yo”.



El poeta-mago
Durante los últimos meses el poeta se dedicó a cuestiones más secretas. A descifrar mensajes misteriosos de seres desencarnados. Había vivido siempre en el campo, pero ahora era más firme su elección de soledad. Y de la vereda Manga Arribase fue para El Cabuyal, más en el seno de la montaña, cerca de una mujer, La mujer agapanto. Allá se puso a invocar la magia interior, a caminar por el sueño, a leer menos en los libros y más en los sagrados elementos de la naturaleza. Y a estudiar el duro arte de amar. La mujer agapanto es un destilado asombroso de esa búsqueda. Poesía-conjuro, invocación, rezo.
 
No es el libro de un escritor neófito, tampoco es su primer libro, puesto a imprimir por la premura irresponsable de ser reconocido. Es sobre todo un regalo para los amigos más cercanos, un libro como acto de amor, de la más pura sinceridad. Chorrea vida, experiencia, aquello que Fernando González, el maestro de Envigado, llamaba “vivencia”. Y “presencia”. 
 
No compite con la literatura que se imprime al por mayor en las ciudades (pues no hay editoriales pueblerinas), es rural y al mismo tiempo cósmico. Porque la flor (y resalto también su labor de jardinero) remite a la estrella. Aunque el libro es alado y leve, es esquivo y profundo su sentido, misterioso. Si por falta de ejemplares no se hace famoso en breve, perdonarán los lectores, conocerán el libro gracias a su blog, donde puede descargase libremente, pues nada debe ser más libre que un libro. También lo vende, por supuesto, porque no sobra recordar la sana costumbre de comer que todavía conservan los poetas.

Ya presentó el libro en Fredonia, su pueblo, con comitiva girardotana, pues lo acompañaron Julio Cadavid y Marco Blandón el bandoneonista. Interesante que repitieran aquí la experiencia.

La mujer agapanto (clic para leer).









11 comments:

Anónimo dijo...

Hermano es un gusto verle por Girardota y mas ahora por estas paginas. Cuando tendremos el gusto de escuchar en sus palabras y voz algunos de sus textos. Un abrazo. J.

Anónimo dijo...

El link del blog de Camilo cuál es.

Anónimo dijo...

dónde dice "su blog" http://antelespejo.blogspot.com/

Anónimo dijo...

A comer matas querido poeta JARDINERO!!!

Anónimo dijo...

¿Mujer Agapanto?
Tan fea como un espanto...

Anónimo dijo...

Poetas, jardineros, matas que hablan, espiritus chocarreros... Han pensado una visitica al siquiatra, se van a morir de hambre! parceros...

elviviente dijo...

Es preferible morir de hambre, y no de imbécil... los psquitras son para los que tienen la imaginación muerta. Para los que están muertos en vida porque su espíritu esta ciego a la magia de la poesía. Pues si se "van" a morir de hambre, el futuro está por confirmarlo, mientras el presente ya mostró que hay cadaverina en el aliento de esas palabras vacuas e inhertes que usted, ultimo anónimo, escribe a guisa de epitafio que decora la tumba orgánica que usted es.

Anónimo dijo...

Los poetas son desconocidos por los que caminan a su ruina. RAFAEL ALBERTI

Anónimo dijo...

"Si el poeta fuera hombre de negocios tendría uno de esos relojes de veinticuatro horas, pero el poeta mide el tiempo por eternidades", jaime jaramillo escobar, http://www.jaimejaramilloescobar.com/Metodo-facil-y-rapido-para-ser-poeta/La-soledad-del-poeta.html

Prinfilo dijo...

Superbueno el artículo ,donde puedo comprar el libro de La mujer agapanto??

Anónimo dijo...

prinfilo: con el autor: camirgo@gmail.com